Después de 17 años como trabajadora sexual, Nayra Berrios ofrece protección a sus compañeras que trabajan en la calle

ElDeadline22
eldeadline
Published in
7 min readApr 30, 2021

--

Su ocupación es un último recurso, dice, para muchas mujeres trans que se enfrentan a una falta crónica de oportunidades.

por Sara Herschander

Nayra Berrios en la oficina de CITGny en Jackson Heights, Queens. Detrás de ella están Sylvia Rivera, Lorena Borjas, y Martha P. Johnson. Foto por Sara Herschander.

Nayra Berrios aprendió la palabra transexual en un club gay en San Juan, cuando Kim Moore, una artista conocida, emergió de detrás de una cortina, llevando poco más que una capa verde y pasties iridiscentes. Berrios se acercó a Moore, que es una mujer trans, después del show.

“Si tú quieres ser mujer, busca hormonas, inyéctate y ya punto, sigue adelante,” Moore le dijo.

Berrios tenía 17 años. Se hizo amiga de un grupo de trabajadoras sexuales trans, quienes la invitaron a sus hogares y ayudaron a adquirir hormonas para su transición. A los 18 años, llamó a su familia a la casa de su tío para “una sorpresa.” Mientras se reunían en la calle de abajo, ella salió del segundo piso con orgullo, en un pelucón rubio y vestida con un traje negro.

Su madre la aceptó, pero en ese momento, su padrastro no. Después de dos semanas de dormir en su coche, se acercó de nuevo al grupo de trabajadoras sexuales que habían apoyado su transición. Las mujeres volvieron a acogerla, ofreciéndole maquillaje y ropa. Berrios tenía miedo, pero después de perder su trabajo en un restaurante debido a su transición, sintió que no tenía otra opción.

“En el mismo día, gané mis primeros 100 dólares con el primer carro que monté y ya me sentía rica”, dijo Berrios. “Me monté con el otro 70 y al otro día ya tenía mi departamento.”

Así es como Berrios empezó a hacer trabajo sexual. Ahora de 35 años, ella todavía vive a través del trabajo, aunque ha comenzado a hacer la transición a su nuevo papel como organizadora del Colectivo Intercultural TRANSgrediendo (CITGny) en Jackson Heights, Queens. En sus 17 años como trabajadora sexual, siempre ha visto su trabajo como de supervivencia. Un último recurso, dice, para muchas mujeres trans que se enfrentan a una falta crónica de oportunidades.

“La primera es el rechazo familiar y la segunda es el rechazo de la sociedad”, dijo Berrios. “Porque tú puedes pasar más como persona gay o lesbiana, pero ya cuando eres trans, la sociedad te excluye.”

Cuando Berrios no está trabajando, le gusta ir a la playa. Preferiblemente Coney Island, y preferiblemente sola.

“Llego allí con mi bultito; mi toalla”, dijo Berrios. “Yo no necesito a nadie para disfrutar en este momento de estar ahí en el agua — de ver el agua — y de sentirme serena.”

De niña, pasaba mucho tiempo sola. Sus padres solían decirle que aprendiera a cocinar, a limpiar, a estudiar y a hacer todo lo que pudiera para ser autosuficiente, porque sabían que era poco probable que confiara en nadie más.

“Nuestra vida [como mujeres trans] es muy solitaria”, dijo Berrios. “Nos tenemos que amar nosotras y nada más tener a los hombres para sexo y tener una buena amiga siempre a tu lado para cuando lleguen a vieja, tú me cuidas y yo te cuido.”

En 2012, Berrios, que entonces tenía 28 años y aún vivía en Puerto Rico, escuchó rumores de sus amigas de una mujer que iba camino a la isla y que era excepcionalmente hermosa, tenía un cuerpo notable y que, como trabajadora sexual trans, estaba a punto de quitarles su negocio.

Así que, cuando ella — se llama Gabriela — llegó de Nueva York, Berrios la evitó, rozándose incluso mientras trabajaban fuera del mismo club. Hasta que un día, se encontraron fumando juntas en la casa de una amiga mutua. Gabriela volvió hacia Berrios y dijo: “Tú vas a ser mi hija. No vas a estar así. Te voy a meter hormonas mañana.”

Nayra Berrios en la oficina de CITGny en Jackson Heights, Queens. Foto por Sara Herschander.

Muchas mujeres transgéneras toman hormonas a base de estrógeno para ayudar a alinear su apariencia con su identidad de género. Mientras que la terapia hormonal está disponible a través de la prescripción de un médico, varias personas trans sin seguro o aquellas que se enfrentan a otras barreras estructurales acceden a las hormonas a través de un mercado negro o intercambios informales.

En ese momento, Berríos estaba luchando con su régimen hormonal, que puede ser física y emocionalmente agotador, además de las presiones sociales y familiares. Ella interrumpía y reanudaba sus hormonas, cada vez poniendo más estrés en su cuerpo.

El día siguiente, Gabriela llevó a Berrios a hacerse las uñas, el cabello y el vello facial. Durante los años antes de conocer a Gabriela, Berrios sólo llevaba maquillaje y trajes femeninos por la noche.

“Después de ahí cambió todo. Cambió mi forma de maquillaje, cambió mi forma de vestirme”, dijo Berrios. “Ya estaba hormonizada porque ella ya me tenía toda la semana y todos los días compartía.”

En 2014, cuando Gabriela anunció su plan de regresar a Nueva York, Berrios pidió venir con ella. Días después del vuelo de Gabriela, Berrios voló a Connecticut, donde se quedó con su hermana, trabajando como limpiadora en la misma compañía.

“Era mucho menos de lo que yo me generaba normalmente”, dijo Berrios. “Pero si yo quería una vida normal, como quien dice, pues eso era lo que tenía que hacer.”

Un año después, Gabriela la llamó. En su primer día en Nueva York, llegó a una casa donde practicaba el trabajo sexual. Abrió una página de Backpage, un sitio web anterior donde muchos trabajadores sexuales anunciaban sus servicios.

Poco después, llegó su primer cliente, luego el segundo, el tercero, y el cuarto.

En un día normal, la intersección de la calle 82 y la avenida Roosevelt en Jackson Heights, Queens está repleta de viajeros del metro, predicadores al aire libre y vendedores ambulantes de elote, churros y kebabs junto a puestos de comida rápida y panaderías familiares.

A unas cuadras de la estación de la calle 82, un letrero conmemora a Julio Rivera, un hombre gay puertorriqueño, cuyo asesinato en 1990 desencadenó el primer desfile del Orgullo de Queens. El barrio ha sido un centro para la comunidad LGBTQ Latinx durante décadas y también es el hogar de la Marcha de Lxs Putxs anual, que se concentra en lxs trabajadorxs sexuales trans Latinx, muchos de los cuales trabajan en la avenida de Roosevelt.

Desde que se mudó a Nueva York, Berrios ha vivido en Jackson Heights. Una tarde de 2017, acompañó a una amiga a una cita de seguimiento en el Hospital de Elmhurst. Juntas, caminaron por la calle 82 para almorzar en McDonalds cuando un hombre, que durante todo el día había estado acosando a los transeúntes, vio a Berrios y a su amiga.

“Él buscaba problemas ese día”, dijo Berrios. A lo lejos, ella lo recuerda gritando que quería matarlas porque eran trans. Todo sucedió rápidamente: un movimiento de masas de residentes en la intersección formó un círculo con Berríos, su amiga y su atacante en el medio.

“Se paró todo el 82. No podías pasar ni los carros, porque todo el mundo se paró”, dijo Berrios. “Se filmó [en las cámaras de seguridad] casi 2,000 personas alrededor de nosotros y ninguna hizo nada. Solamente grababan con su celular viendo la pelea como el hombre peleaba con dos transexuales.”

El hombre le rompió la pierna a Berrios, pero nunca fue acusado de un crimen de odio. Ella dice que la fiscal le dijo que “para que no nos pasara eso [a las mujeres trans], pues que no saliéramos de nuestra casa.”

Fue después de una conferencia de prensa sobre el ataque que Berrios se reunió con Lorena Borjas, “la madre de la comunidad trans Latinx” y Liaam Winslet, la directora ejecutiva actual de CITGny, por primera vez.

“Yo no sé nada de acá. Yo solamente soy una simple trabajadora sexual que no sé qué derechos tengo”, respondió Berrios, cuando Borjas le preguntó qué necesitaba. Borjas pidió hablar con ella al día siguiente en la oficina de CITGny, que estaba entonces en Jamaica, Queens, pero ahora se encuentra en Jackson Heights.

“Y de ahí, desde ese mismito día, yo no me volví a separar de Lorena ni de Liaam”, dijo Berrios.

Se convirtió en voluntaria de CITGny, que proporciona servicios y extensión a la comunidad trans Latinx en Queens. En 2019, se convirtió en un miembro del personal a tiempo parcial, liderando el proyecto Sex Work 101 del grupo junto a Kendry Martínez.

Nayra Berrios en la oficina de CITGny en Jackson Heights, Queens. Foto por Sara Herschander.

“Ayudamos a muchas chicas y eso nos llena como persona porque ya no somos las que estamos en la necesidad, pero sabemos lo que viven las chicas”, dijo Berrios. “Nosotras sabemos de las trans porque somos trans.”

Cuando Borjas falleció de COVID-19 en marzo de 2020, fue una tremenda pérdida para el grupo. Tenía una cualidad mágica, según Berrios, que incluía una memoria impecable y un fuerte compromiso con su comunidad. Las compañeras trabajadoras sexuales de Berrios la llamaban si eran detenidas por la policía, y Borjas siempre parecía capaz de asegurar su liberación.

“Yo digo que ella ya sabía que ella se iba. No sabía que se iba a morir en estos años, pero sí que se iba a retirar”, dijo Berrios. “Porque ella nos cogió a cada una del colectivo y nos hizo y nos puso aquí para eso mismo.”

A través de su papel con CITGny, ha estado empezando la transición para salirse del trabajo sexual, aunque todavía camina por la Avenida Roosevelt una vez al mes, repartiendo condones y ofreciendo otras formas de protección a las trabajadoras sexuales que trabajan en la calle.

“Quisiera que ya que estamos en el 2021, ya nosotras [la comunidad trans] estamos más visibles”, dijo Berrios. “Quiero que para las que vengan después de mí, ya tengan para dónde ir.”

--

--